Dr. Ricardo A. Navarro
Estos días nos hemos enterado por información brindada por la Dirección General de Estadística y Censos DIGESTYC, a los medios de comunicación que el precio de los alimentos está subiendo, aunque ya nos habíamos enterado antes a la hora de pagar por los mismos en el mercado o supermercado. La DIGESTYC habla que solo en lo que va del año el costo de los alimentos ha subido 5.32%, otras fuentes como la Asociación de Proveedores Agrícolas APA dicen que a la producción de frijol de este año le faltarán 700 mil quintales para satisfacer el consumo nacional que anda por 2.6 millones de quintales, lo que significa que el resto habrá que importarlo. APA sostiene que este déficit se debe a que el Ministerio de Agricultura y Ganadería MAG, apenas ha suministrado paquetes agrícolas para 40 mil manzanas de las 150 mil que se cultivan, también estima APA que de los 30 millones de quintales que se necesitan en el país para consumo domestico e industrial, solo se producirá la mitad.
Situaciones como estas ameritan un análisis a fondo de la realidad agrícola y alimentaria del país, buscando ante todo conocer sus causas fundamentales y no las aparentes causas inmediatas como puede ser la insuficiencia de paquetes agrícolas, a fin de establecer estrategias para hacerle frente a la problemática. La FAO acaba de publicar un documento donde analiza la volatilidad del precio de los alimentos y sus posibles causas y concluye que una de las causas fundamentales en el incremento de precios es el cambio en el uso de la tierra, ya que buena parte de lo que antes se utilizaba para producir alimentos ahora se utiliza para cosechas energéticas y esto hace que se reduzca la demanda mundial de alimentos y aumenten los precios.
Lo primero a comprender en la realidad agrícola y alimentaria nacional, es que estamos en presencia de un problema de carácter planetario, donde la globalización se encarga de transmitir los problemas de una parte del mundo al resto de países, aunque esa realidad siempre tenga particularidades propias en cada país y como es lógico, afectando con más fuerza a los sectores más vulnerables como es el caso de la hambruna que afecta a millones de personas en África. Otro elemento importante de comprender es que el problema alimentario, al igual que el precio del petróleo, tiende a incrementarse con el tiempo, en parte por la voracidad siempre creciente de las grandes corporaciones que comercian con alimentos y especulan con el hambre de los débiles y en parte también por la siempre creciente amenaza de la erosión de los suelos, el cambio climático y la erosión de la biodiversidad.
Para evitar que la realidad alimentaria en nuestro país llegue a Africanizarse, el gobierno debería considerarla como uno de los principales asuntos estratégicos y proponerse como meta producir alimentos en cantidad y calidad suficientes que permitan abastecer el consumo nacional y contar con una reserva estratégica de granos. Esa producción debe ser en pequeñas parcelas campesinas, distribuidas a lo largo y ancho del territorio, en forma que detenga y revierta la erosión de los suelos, incremente la biodiversidad y haga uso eficiente de recursos como el agua, además de producir sus propias semillas e insumos como fertilizantes y pesticidas, garantizando que esos alimentos sean propiamente distribuidos a costos accesibles a los sectores más vulnerables. En este esquema por supuesto no tienen cabida las grandes corporaciones agroindustriales, mucho menos aquellas que buscan monopolizar el proceso con aberraciones como los transgénicos. La amenaza es de sobrevivencia y más valdría actuar antes que sea demasiado tarde.
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