Por Salvador del Río (Prensa Latina *)
México (PL) Con más de dos mil años de antigüedad, el maíz es un regalo de México al mundo.
Su domesticación, se dice, fue lograda en las cuevas de Coxcatlán, en la parte del altiplano de Tehuacán, hoy Estado de Puebla.
Frente al mundo, que asiste impasible a la amenaza de la crisis que se avecina, en una de sus últimas reflexiones el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, cita un reciente artículo del ecologista estadounidense Lester R. Brown, algunas de cuyas conclusiones, bien meditadas, deberían mover a la exigencia mundial de un cambio radical en las políticas de producción de los granos destinados al consumo humano.
Los precios de elementos indispensables para la alimentación como el trigo, el maíz, la soya y otros se incrementarán en este año en niveles alarmantes y su escasez para ese fin provocarán un déficit enorme entre su disponibilidad y la demanda de una población mundial de casi siete mil millones de personas que aumenta en unos 800 millones cada año.
El fantasma de la hambruna ronda en regiones de África, Asia, América Latina, e incluso en las capas de marginados de algunas naciones industrializadas.
México estará en el torbellino de esa insuficiencia alimentaria, particularmente como resultado de una política derivada de la asimetría que guarda con las condiciones económicas de lo que se insiste en llamar sus socios en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que a instancias del gobierno de Carlos Salinas de Gortari entró en vigor el 1 de enero de 1994.
El capítulo agropecuario de ese instrumento, vigente desde el año 2010, ha venido a agravar la situación de la economía mexicana, invadida por la entrada irrestricta de inversiones estadounidenses y canadienses, directas o a través de franquicias, en prácticamente todos los renglones de la producción agropecuaria e industrial, lo mismo que en los servicios financieros y comerciales. Datos del Tribunal Nacional Agrario y de otras fuentes relacionadas con la producción en el campo indican que en el caso del maíz -la gramínea que constituyó por muchos años la base de la alimentación y un factor importante en las exportaciones mexicanas--, de los cerca de 32 millones de toneladas que constituyen el consumo nacional, 12 millones de toneladas son actualmente importadas de Estados Unidos en mayor medida y en parte mínima de otros países.
La reducción de las áreas sembradas de maíz en México -el 92 por ciento a cargo de productores que destinan sus cosechas para el autoconsumo- ha generado la ruina de los campesinos desplazados por las inversiones de las grandes empresas, predominantemente transnacionales.
Estas industrializan el grano y establecen para el mercado interno incrementos de precios como el que recientemente se anunció con su repercusión en el costo de la tortilla, base tradicional de la alimentación de millones de familias.
Pese a las reiteradas declaraciones de las autoridades relacionadas con la economía sobre el establecimiento de controles a su precio, la tortilla de maíz ha registrado desde el mes de diciembre de 2010 un alza para el consumidor de alrededor de 50 por ciento.
Con el maíz y otros granos como ejemplo, México se está convirtiendo en uno de los centros generadores del fenómeno mundial que desde hace varios meses ha sido mencionado y analizado por Fidel Castro y otros analistas en el mundo, que alertan sobre la utilización cada vez mayor de esos elementos como materia prima para la producción de etanol y otros combustibles, en vez de aprovecharlos para la alimentación humana.
Se estima que unos siete millones de toneladas del maíz que se produce en México o se importa, son transgénicos o se canalizan a la generación de energía, lo cual contribuye a la contaminación del ambiente y ocasiona el empobrecimiento de las tierras destinadas al cultivo y al derrumbe de la economía de los agricultores tradicionalmente ocupados en la producción de la gramínea.
Frente a los pronósticos que anuncian sin lugar a dudas la inminencia de una crisis que cancelará en el corto plazo toda posibilidad de garantizar un grado mínimo de soberanía alimentaria, México y otros países igualmente inmersos en la economía del mercado neoliberal prefieren cerrar los ojos y pregonar una bonanza que está lejos de ser alcanzada.
(*) El autor es un reconocido periodista mexicano, colaborador de Prensa Latina.
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